El 20 de junio de 1820, cuando Manuel Belgrano falleció -pobre y apenas acompañado de un pequeño grupo de familiares y amigos- no imaginaba que su vida ocuparía un lugar privilegiado en los libros de historia argentina. Sólo algunos años después de su muerte comenzó a valorárselo. Muchas veces se lo juzgó por sus escasos logros militares, sin embargo allí está parte de su grandeza.
Porque ese abogado prestigioso, ese intelectual que pertenecía a una de las familias más acomodadas de la ciudad, no dudó en dejar su profesión, su seguridad y bienestar económico para arriesgarse a luchar por sus ideales.
Fue uno de los primeros en propiciar la educación de mujeres, cuando la mayoría esperaba que ellas se dedicaran a bordar y coser, a ser buenas madres y esposas, sin ninguna otra expectativa de crecimiento autónomo. Se preocupó por sus soldados y la escuela pública y no sólo desde la convicción: llegó a donar su sueldo para equipar al ejército y fundar escuelas. Fue abogado por pedido paterno, militar por obediencia y patriota de corazón. Además de todo esto, creó la bandera, esa que llevamos en nuestros pechos con profundo respeto y admiración ante tanta dedicación y perseverancia de un hombre ilustre: Manuel Belgrano.
¡Felicitaciones a los alumnos de cuarto grado, a las seños Marta y Analía, por el acto de promesa a la bandera!
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